Es curioso como nos gusta advertir a nuestros amigos de los peligros que corren debido a otras personas, sin darnos cuenta de que nosotros mismos ya constituimos un peligro. Rompemos corazones y hacemos más profundas las heridas de los que nos importan, queriendo con ello protegerles de un peligro mayor. Y, ¿cuántas veces lo conseguimos?
Después pasa el tiempo y nosotros actuamos del mismo modo que aquellos de los que quisimos defender a nuestros amigos, provocando que los amigos de nuestras víctimas se vean en la misma incómoda situación en la que nosotros nos vimos.
Deberíamos haber aprendido que los secretos dejan de serlo en cuanto los contamos, y que el lugar más seguro para esconderlos es dentro de nuestras bocas. Deberíamos haber aprendido también, que la mayoría de nuestros amigos son lo bastante maduros como para saber lo que les conviene, y avisarles del peligro no es malo, pero no les hagamos sentir estúpidos por no haber visto el precipicio, ni les obliguemos a cambiar su rumbo. Si quieren saltar, que salten.
Y es que, probablemente, mañana nosotros seamos el precipicio.
1 comentario:
Uff! cómo me identifico con este post...
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