Había una vez una gata, pequeña y juguetona, llamada... Bueno, realmente el nombre no importa. Era una gata sin dueño que vagaba sola por las calles añorando el calor de un hogar. Un día conoció a un hombre bueno, con un corazón tan grande que no le cabía en el pecho. Y como no tenía espacio en su pecho para su corazón, solía guardarlo en la nevera. El hombre bueno decidió que cuidaría de la gata, que sería su gata. Ella ronroneaba junto a él y jugaba entre sus pies y creía que no se podía ser más feliz.
Pero, tal vez por equivocación o por despiste, una noche el hombre guardó su corazón en el congelador en vez de en la nevera y se llenó de escarcha. Desde aquel momento dejó a la gata de lado. Dejó de acariciarle, muchas veces olvidaba darle de comer y pasaba largas temporadas fuera de casa. La gata se sentía muy triste, mucho más triste que cuando vivía sola en los callejones. Empezó a escaparse por la ventana y a deambular por las calles, por si en alguno de aquellos paseos se encontraba con su dueño, que cada vez pasaba menos tiempo junto a ella.
En una de sus escapadas conoció a un caballero con el alma de cristal. El caballero percibió su dolor y su tristeza y cogió a la gata entre sus brazos. La llevó a su casa y le ofreció leche caliente, jugó con ella y le acarició durante toda la noche. Desde aquel día, las escapadas de la gata conducían muchas veces hacia el caballero del alma de cristal. Su compañía le hacía feliz. Les hacía felices a los dos.
-Quedate conmigo, gatita - dijo un día el caballero - sabes que yo te trataré bien, siempre tendrás comida y un sitio calentito donde dormir. Siempre tendrás caricias y ovillos de lana.
La gata deseaba quedarse con él, pero sentía que aún le debía algo al hombre del corazón escarchado. Sentía que seguía siendo su gata. Volvió junto al hombre y durante un tiempo dejó las escapadas intentando así olvidar al caballero.
Pero dejar de verle no le hizo olvidarle y sus noches se volvieron más oscuras que nunca. Una mañana no pudo soportarlo más, descubrió que el corazón escarchado nunca se descongelaría y huyó corriendo del que hasta entonces había sido su hogar. Buscó la casa del caballero, anhelando sus caricias y sus mimos y al llegar sólo encontró una casa vacía, sin muebles, sin nada. Preguntó a los ratones y a las cucarachas y sólo le dijeron que se había marchado, pero no hacia donde.
Desde aquel día la gata vaga por lo tejados, maullándole a la luna, preguntándole si ha visto al caballero del alma de cristal. Pero nunca halla una respuesta.
Y este es el cuento, [fatal redactado, pero sin ganas de reescribirlo], y yo os pregunto ¿creeis que hizo bien manteniendose fiel a su dueño?
Vaya, esto va a convertirse en un blog para niños de 7 años.
3 comentarios:
Por qué escribes estas cosas un domingo por la tarde??? No ves que no es bueno para mi salud mental :(
Por cierto, qué crees que voy a responderte sobre lo de sentirse fiel a su dueño??? ¬¬
En fin...
Si. Lealtad.
pues no, no hizo bien. Si el dueño abandonó a la gata, pues ale, a buscarse la vida por otro lado. El problema es que quizá la gata estaba sobre el tejado de zinc...(XDDD)
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