Hoy me he dado cuenta de que realmente nunca entendí nada de aquello. Intentaba manipular una situación que estaba, por completo, fuera de mi alcance.
Era como ver unos zapatos preciosos en un escaparate e intentar tocarlos, probártelos, llevártelos, atravesando el cristal.
Para comprar esos preciosos zapatos, además de tener dinero, tienes que entrar a la tienda. Por la puerta. Y yo me quedé pegada al cristal, con cara de boba, con mis sucias manos robandole la transparencia al vidrio que me separaba de ellos. Entiendo por qué no pude llevármelos, porque no utilicé la puerta.
Ahora, esos zapatos ya no están en el escaparate y sigo pensando en ellos, y lo que me hubiera gustado llevarlos, lo bien que habrían quedado en mis pies. Pero al menos, ahora sé que es lo que tengo que hacer para llevarme los de la siguiente temporada: cruzar la puerta.
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